Adiós, alma blanca
Entre el fulgor y la noche
deambula tu alma y la mía,
babeando un ánimo frágil
que quizás no vuelvas a olfatear.
Entre nosotros sobran las palabras,
la mirada es ese íntimo idioma
repleto de inmortal literatura
que animan a los poemas escritos.
Aúllo cada día tu ausencia
con estos síntomas agridulces
de alivio, tristeza y soledad
que no supe predecir a tiempo.
Me azota tu último abrazo
-metáfora de nuestra mirada-
tu saliva en esta soledad inmensa
que ningún otro femenino llenará.
Provenimos de disímil familias,
almas en un cuerpo de plácida luz,
dos latidos de esa misma diosa
que me desvela contigo su sabiduría.
En la gruta del farallón de este alma
reviso cada día sus valiosas lecciones
y subo a la cima a oler tu blanco recuerdo
que me trae la mar con sus dientes
caninos…
…Y así la pleamar me traiga tus ladridos
y, en su reflujo, tú me devuelvas nuestra
piedra.
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